Wednesday, May 16, 2007

¡¡Salvemos las caleras!!

A finales del pasado abril se produjo un hecho trascendente en la intrahistoria del municipio de Orgaz: la que seguramente – y muy de lamentar- fue la última quema de un horno en una calera de este pueblo, de larga tradición en la elaboración artesanal de la cal.
Hasta hace 40 o 50 años Orgaz era un pueblo de caleros. Medio centenar largo de orgaceños se afanaban cotidianamente en arrancar a la tierra la piedra caliza con la que armar un horno de arquitectura prodigiosa. El fuego purificador se encargaba de convertirla en un elemento imprescindible en la vida cotidiana del hombre durante miles de años: la cal. Un producto que lo mismo subía a las torres más altas que bajaba a las casas más humildes.
La catedral de Toledo luce en su estructura bloques de granito extraídos de las canteras de Orgaz. Menos visible, la cal de Orgaz afianza la gran mole arquitectónica como elemento fundamental de la argamasa, junto con la arena y el agua. También a las paredes de las cuadras, corrales, fachadas y hasta a las alcobas llegaba la bendición de la cal. Al tiempo que embellecía, desinfectaba y reforzaba las construcciones, generalmente de tierra y cascotes. El uso doméstico de la cal era generalizado.
Por eso los caleros, tras quemar su horno, cargaban los serones con su preciada mercancía y partían de madrugada con su reata de borricos hacia los puntos más dispares de la provincia para vender su carga. Mora, Nambroca, Toledo, Polán...
Y vuelta a empezar.
La industrialización hace años que ya puso en jaque al oficio de calero. No puede competir con los hornos industriales, y el cemento ha sido para la cal un competidor más que desleal.
Tiempos hubo en que Orgaz se convertía por la noche en una luciérnaga, con los puntos luminosos de las abundantes caleras ardiendo alrededor del pueblo. Pero el devenir de los tiempos ha ido cegando los hornos y ocupando a sus gentes en otros menesteres, hasta el punto que sólo quedan dos caleros y una calera con cuatro hornos.
Cuando el pasado sábado Román y Pedro prendieron el ‘ramón’ para que el horno echara a arder, encendieron un fuego que puede significar la desaparición de un oficio artesanal, que mantiene su técnica intacta desde la época de los romanos. Son los últimos caleros, ya de avanzada edad, que han mantenido esforzadamente una tradición que es parte de la identidad de este pueblo. Parte fundamental de su cultura. Y de la cultura de Toledo y de toda Castilla-La Mancha.
La desidia nos avoca a que asistamos impasibles a la desaparición de una pieza fundamental de nuestra cultura. Nuestra desidia y la de los responsables de la salvaguarda de nuestro patrimonio.
Nada parece más razonables que el empleo de materiales originales para la restauración de monumentos. Esa podría ser una primera vía para la supervivencia de las caleras. Afortunadamente en Orgaz quedan muchos caleros que, aunque retirados, podían enseñar el oficio. Y muchos jóvenes que, si el proyecto es atractivo, estarían dispuestos a aprenderlo.
Mientras tanto, se hace perentoria la necesidad de preservar al menos una calera, testimonio de lo que ha sido identidad de los orgaceños.
Si Román y Pedro no vuelven a hornar, quedará ya en el ostracismo un oficio que encierra gran destreza, experiencia, sabiduría y mile de años de hisotira. Y habremos perdido una parte de nuestra cultura y de nuestra identidad.No debemos resignarnos. ¡Salvemos las caleras¡